Decidimos administrar nuestro tiempo de la mejor manera, y bien dicen que el tiempo es dinero, porque tuvimos que pagar un poco más para irnos en avión y así ahorrarnos unas 10 horas de viaje respecto a lo que hubiera sido la travesía en autobús... Pero como la economía está mal, y no somos muy buenas inversionistas, nuestro ahorro no resultó tan... eficiente, digamos, como esperábamos... Acabamos perdiendo unas dos horas en el aeropuerto, por causa de lluvias y su consecuente y evidente (para quienes no tienen la cabeza en las nubes, como yo) demora en la salida de los vuelos. El clima, por cierto, sólo se reveló estar espantoso en el D.F., porque en Chiapas, a pesar de estar nublado, no nos ha llovido tanto, con todo y la amenaza del huracán veracruzano... Roguemos a los dioses mayas del agua y de las lluvias que siga así, para que podamos disfrutar al máximo de nuestra estancia por aquí.
Llegada atrasada, pues, al aeropuerto internacional de Tuxtla Gutiérrez (capital de Chiapas), que si bien tiene un título pomposo, parece nada menos que una terminal de autobuses, restándole cualquier tipo de tiendas (y no hablo del pestilente duty free, sino de negocios que vendieran insumos de tipo básico como, no sé... un sándwich, una coca... algo).
Primera noticia: los autobuses a San Cristóbal de las Casas (nuestro destino final) sólo parten a las 13:00 y a las 16:00 (son las dos de la tarde); segunda noticia: al llegar a la ventanilla de venta de servicio de taxis, si queríamos tomar uno compartido (más económico, como lo indicaba el cartel colgado en la pared), le hubiéramos preguntado a los pasajeros de la fila que estaban formados delante nuestro y que ya se habían ido (detrás nuestro, sólo quedaba un señor que iba a Tuxtla y que, a pesar de ser empleado de Aeroméxico, no tenía derecho a ningún tipo de descuento); tercera noticia: el taxi cuesta el doble que el autobús, pero como ya vamos tarde, tenemos hambre y evidentemente no hay nada de comer ahí, decidimos tomar el taxi igual.
El trayecto de unos 60 km fue bastante ameno, sobre todo gracias a Feli que, parlanchina como es (ya saben que yo no), entretuvo al chofer durante todo el camino, preguntándole cosas de la región, y de su trabajo, y de su familia, y del clima, y de la agricultura... Eso sí, sin nunca distraerlo. ¡Toda una maestra antropóloga, la prima!
Acabamos pagando un poco más, pero con todo nos ahorramos 8 horas de viaje, y llegamos a casa de Rogelia, Chema e Ixchel sin mucho más ajetreo. La casa es preciosa: una construcción al estilo español morisco, por partes bicentenaria, por otras apenas quincuagenaria, con un extenso patio central convertido en jardín y plantío de árboles frutales, y los cuartos de la casa distribuidos a su alrededor. Fuertes columnas de madera sostienen las vigas del techo entejado que también cubre el pasillo que bordea las distintas habitaciones, protegiendo así al habitante de la casa y a sus invitados eventuales de la lluvia, y supongo que también del sol.
Después de comernos una deliciosa y confortadora sopa de espinaca preparada por nuestra anfitriona, y de largas charlas sobre la vida y demás, dimos un breve paseo por el centro histórico de "San Cris" (para los íntimos, y para abreviar), en búsqueda de tours hacia los lugares que queremos visitar, pero que también nos dio un primer acercamiento a la ciudad.