Llenas de la energía y de la emoción del primer sitio, volvimos al embarcadero, donde nos esperaba la camionetita que nos llevaría a Bonampak.
Aunque ella no lo recuerde, Feli se echó una buena siesta durante casi todo el camino de regreso, pero no publicaremos fotos de ella babeando... ;-) Después, tomamos la camionetita hacia la entrada del parque, y de ahí tomamos otra, con un conductor mal encarado, que nos llevó a la entrada del sitio arqueológico (ahorrándonos unos 2km de caminata bajo el sol...).
Bonampak es un sitio pequeño, pero muy bonito. Encastrado en medio de la selva, así como Yaxchilán, ofrece una vista más acogedora que el sitio anterior. Es casi como si fueras a la casa de alguien, sólo que en un lugar muy aislado.
Aquí se aprecia el tamaño de la "piedrita" |
Árbol rojo o "Chaac" en maya |
Lo interesante de este sitio es que se pueden ver unos frescos con sus colores de origen; y la verdad, las fotos no les hacen justicia: están preciosos.
El dintel |
El dintel |
Otro dintel |
El hermoso árbol rojo desde lo alto |
Y de pronto, sin avisar, se largó a llover. Para quienes desconozcan las lluvias tropicales que caen en este país, les cuento que puede llegar a ser una experiencia muy linda. Primero, caen unas gotas aisladas. Gotas de agua gordas, que salpican cuando percuten el suelo. Poco a poco, más gotas van cayendo; cada vez más rápido, cada vez más gotas. En el espacio de unos minutos, el cielo entero está vertiendo millones de diamantes a la tierra. Me gustan las lluvias tropicales, sobre todo en escenarios naturales como éste, porque fijan tus pies sobre la tierra, porque te muestran que eres humano, y que no eres nada comparado con lo que te rodea: por un instante, te vuelves humilde; por un instante, tu pequeño mundo desaparece ante el esplendor de la naturaleza, y tu mente se tranquiliza. Estás en paz.
Aprovechamos ese tiempo para conversar (entiéndase: Feli se puso a hablar) con un muchacho de la comunidad indígena de la selva Lacandona, que también trabajaba para el INAH como guardia del sitio. Hablamos de cómo difieren las costumbres de un lugar a otro, de los viajes, etc. Nos contó que hay gente imprudente que se mete a la selva sin conocer, y que no sale de ella. Que la gente de su comunidad conoce muy bien la selva, y aun así pueden llegar a perderse. Eso sí, conocen perfectamente las plantas y los animales que viven en ella, y saben de qué pueden alimentarse y de qué no. Nos preguntó si habíamos visto los monos aulladores y, ante nuestra negativa, nos prometió mostrárnoslos cuando dejara de llover.
Después del aguacero, decidimos proseguir con nuestra exploración, a pesar de que estuviera resbaloso. Ya que estábamos ahí, teníamos que verlo todo.
Enorme araña |
Acá se le ve la panza |
Al bajar hacia la salida, nos llamó el muchacho con el que habíamos hablado antes; nos llevó a un ladito de una de las (mal llamadas) pirámides, y nos adentramos un poco en la selva, por un caminito apenas perceptible... Ahí, en lo alto, entre las ramas de los inmensos árboles, a cubierto debajo de las hojas, calladitos, estaban los monos aulladores. No hay fotos, porque no se veía mucho. Pero fue una bonita experiencia verlos en su hábitat natural. :-)
Ya en la salida había mujeres vendiendo su artesanía. Tuvimos que parar, obvio. Después de esta digresión, nos dirigimos corriendo hacia la camioneta, donde nos esperaba el conductor mal encarado con ojos rabiosos. Pero ¿a quién le importa? Conocimos lugares maravillosos, y eso es lo que nos queda.