martes, 16 de agosto de 2011

Camino a Yaxchilán y a Bonampak

Ese día nos levantamos muy temprano para estar listas a las 5:50 a.m., y que la camioneta que pasaba a buscarnos a las 6 a.m. no tuviera que esperarnos. El chofer fue muy puntual y amable. Incluso cuando tuvimos que esperar casi media hora a una parejita que se alojaba en un camping, parada final antes de emprender camino hacia la selva, y donde subieron varias personas más.

Vegetación del camping, mientras esperábamos...

Durante el camino, todo el mundo estaba durmiendo, incluso yo, hasta que de pronto desperté y la belleza del paisaje me cautivó a tal punto que no pude más cerrar el ojo. Mientras todos los demás pasajeros dormían, me puse a observar la selva, esa masa heterogénea de plantas conocidas y por conocer, que se extiende hasta donde alcanza la vista, recortando el amanecer con su silueta oscura y misteriosa. 






Luego de un largo recorrido, nos detuvimos en un amplio y rústico comedor, donde ya se habían estacionado las camionetas de las demás empresas de tours (ahí fue cuando nos regocijamos por haber pagado el más barato: literalmente todas ofrecen lo mismo), y donde podíamos parar a desayunar quienes hubiéramos contratado el servicio hasta Yaxchilan y Bonampak; los demás pasajeros, es decir como la mitad, que iban a cruzar a Guatemala, podían desayunar pagando cada quien lo suyo (y parecía que apenas ahí se enteraban). Raro, pero extraño, como quien diría...

Vista frente al comedor
Después de un copioso y delicioso desayuno a la mexicana (para quienes desconocen: jugo de naranja recién exprimido, frutas frescas diversas (papaya, melón, sandía, ananá...), huevos revueltos con jamón, tortillas de maíz recién hechecitas, pan dulce muy rico (un equivalente a las facturas argentinas), y cafecito caliente mucho mejor que el de cualquier hotel con mayores pretensiones...; después de un copioso y delicioso desayuno a la mexicana, decía, nos subimos de vuelta a la camionetita para otras dos horas de camino.

A pesar de tener el estómago repleto, ya nadie se volvió a dormir. Primero, porque ya habíamos despertado bien, y ya todos estaban fascinados por el paisaje, que seguía siendo una maravilla; y luego, porque el camino, en pésimas condiciones, nos recordaba a cada instante nuestra condición de mortales, ya que la velocidad a la que manejaba el conductor nos pareciera algo excedida, o bien por la infinita cantidad de baches y otros huecos en el asfalto, que no dejaban de hacernos brincar hasta el techo del vehículo, manteniéndonos constantemente alertas.

Finalmente, llegamos al embarcadero. Ahí se separó el grupo: los que seguirían camino hasta la frontera, se irían por un lado; mientras que los que íbamos a las ruinas del lado chiapaneco, nos subiríamos a una barquita que nos llevaría a destino. Ahí descubrí un poco de geografía: la frontera natural entre México y Guatemala coincide, en ese punto del mapa, con el cauce del río Usumacinta, un ancho río de aspecto amazonesco, del cual verán una pequeña selección de fotos.

La barca por dentro
Mastodontes de hierba, río Usumacinta, México

Un amate creciendo a la orilla del río Usumacinta, Guatemala

Un claro (¿o el resultado de la tala ilegal?), río Usumacinta, Guatemala
Otro amate, río Usumacinta, Guatemala

La orilla mexicana
Por suerte, se nubló (si no, ¡nos hubiéramos asado!)
La orilla mexicana
Más nubes
Feli dice: ¡Ya quiero llegar!
La ida fue bastante entretenida, así que no se me hizo tan largo. Después de media hora, cuarenta minutos aprox, llegamos a la entrada del parque. Y la aventura comenzó...

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