Ese día nos levantamos muy temprano para estar listas a las 5:50 a.m., y que la camioneta que pasaba a buscarnos a las 6 a.m. no tuviera que esperarnos. El chofer fue muy puntual y amable. Incluso cuando tuvimos que esperar casi media hora a una parejita que se alojaba en un camping, parada final antes de emprender camino hacia la selva, y donde subieron varias personas más.
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Vegetación del camping, mientras esperábamos... |
Durante el camino, todo el mundo estaba durmiendo, incluso yo, hasta que de pronto desperté y la belleza del paisaje me cautivó a tal punto que no pude más cerrar el ojo. Mientras todos los demás pasajeros dormían, me puse a observar la selva, esa masa heterogénea de plantas conocidas y por conocer, que se extiende hasta donde alcanza la vista, recortando el amanecer con su silueta oscura y misteriosa.
Luego de un largo recorrido, nos detuvimos en un amplio y rústico comedor, donde ya se habían estacionado las camionetas de las demás empresas de tours (ahí fue cuando nos regocijamos por haber pagado el más barato: literalmente todas ofrecen lo mismo), y donde podíamos parar a desayunar quienes hubiéramos contratado el servicio hasta Yaxchilan y Bonampak; los demás pasajeros, es decir como la mitad, que iban a cruzar a Guatemala, podían desayunar pagando cada quien lo suyo (y parecía que apenas ahí se enteraban). Raro, pero extraño, como quien diría...
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Vista frente al comedor |
Después de un copioso y delicioso desayuno a la mexicana (para quienes desconocen: jugo de naranja recién exprimido, frutas frescas diversas (papaya, melón, sandía, ananá...), huevos revueltos con jamón, tortillas de maíz recién hechecitas, pan dulce muy rico (un equivalente a las facturas argentinas), y cafecito caliente mucho mejor que el de cualquier hotel con mayores pretensiones...; después de un copioso y delicioso desayuno a la mexicana, decía, nos subimos de vuelta a la camionetita para otras dos horas de camino.
A pesar de tener el estómago repleto, ya nadie se volvió a dormir. Primero, porque ya habíamos despertado bien, y ya todos estaban fascinados por el paisaje, que seguía siendo una maravilla; y luego, porque el camino, en pésimas condiciones, nos recordaba a cada instante nuestra condición de mortales, ya que la velocidad a la que manejaba el conductor nos pareciera algo excedida, o bien por la infinita cantidad de baches y otros huecos en el asfalto, que no dejaban de hacernos brincar hasta el techo del vehículo, manteniéndonos constantemente alertas.
Finalmente, llegamos al embarcadero. Ahí se separó el grupo: los que seguirían camino hasta la frontera, se irían por un lado; mientras que los que íbamos a las ruinas del lado chiapaneco, nos subiríamos a una barquita que nos llevaría a destino. Ahí descubrí un poco de geografía: la frontera natural entre México y Guatemala coincide, en ese punto del mapa, con el cauce del río Usumacinta, un ancho río de aspecto amazonesco, del cual verán una pequeña selección de fotos.
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La barca por dentro |
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Mastodontes de hierba, río Usumacinta, México |
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Un amate creciendo a la orilla del río Usumacinta, Guatemala |
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Un claro (¿o el resultado de la tala ilegal?), río Usumacinta, Guatemala |
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Otro amate, río Usumacinta, Guatemala |
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La orilla mexicana |
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Por suerte, se nubló (si no, ¡nos hubiéramos asado!) |
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La orilla mexicana |
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Más nubes |
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Feli dice: ¡Ya quiero llegar! |
La ida fue bastante entretenida, así que no se me hizo tan largo. Después de media hora, cuarenta minutos aprox, llegamos a la entrada del parque. Y la aventura comenzó...
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